Opiniones

José Antonio Calvo

Invitado por Violeta y José Alberto a escribir/opinar de vez en cuando en este foro digital bajoaragonés bajo la atenta mirada del Pajarito Pinzón, lo primero que me ha venido a la cabeza es: ¿y sobre qué escribo/opino yo? Lo más socorrido en estos tiempos es opinar sobre el político, la política, lo político, los políticos, las políticas. Pero, aparte de que ya empieza a aburrirme el que la vida parezca pivotar exclusivamente alrededor de los citados el-la-lo-los-las, la opinión política la maneja bien y abundantemente no poca gente.  Por tanto, aunque de vez en cuando opine sobre el el-la-lo-los-las, he decidido que cuando me toque, de preferencia, escribiré/opinaré sobre cualquier cosa curiosa que durante los entremientes, si se me permite usar el precioso vocablo sefardí, me haya llamado la atención. Así que, allá voy:
Ésta semana andaba hojeando un viejo Boletín de la Sociedad de Medicina General y Socorros Mutuos, fechado en Madrid en 1844 y me llamó la atención el caso de María Enríquez, soltera de 21 años. Transcribiré en cursiva las frases antiguas, por curiosas.  La paciente, tras una “calentura inflamatoria” se durmió al sol con la cabeza descubierta un día de mayo de 1842, tras lo cual se “principió a notar extravío en sus ideas” con obstinación y amenazas de muerte a su madre, matando a todos los animales del corral y domésticos. El médico empezó el tratamiento con “sangrías, pediluvios, sanguijuelas á las orejas, paños fríos en la cabeza, cáusticos en la nuca y atemperantes continuados en un mes”, fracasando por completo. Con la paciente, que imagino encerrada en un cuarto y atada de pies y manos a la cama, siguió el tratamiento haciéndola vomitar durante 8 días seguidos con una decocción ligera de Heléboro blanco, con lo que su “inobediencia y deseos de matar calmaron infinito”. Supongo que, tras las terribles vomitonas, el resto de sus deseos, carnales o no, calmarían infinito también. Se suspendió la terapia durante 10 días y se volvió a empezar: ésta vez no mejoró. En tal estado el doctor recurrió a la homeopatía clásica recetando “Nuez Vómica a la 30ª dilución disuelta en 3 onzas de agua destilada, una cucharadita todas las mañanas”. A los pocos días la paciente presentó alivio progresivo y curación.
¡Virgencica de Los Pueyos! ¿Se curó la paciente por el efecto de la misteriosa homeopatía, o por el terror que le debía producir el ver aparecer al galeno con la palangana y el frasco de gusarapos? Pobres pacientes de antaño y no menos pobres médicos, atendiendo a su parroquia con unas decenas de brebajes y un frasco de sanguijuelas. En esto de la medicina, lo de cualquier tiempo pasado fue mejor, queda bastante en entredicho.

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