No me gustan las políticas de derechas, no creo en el liberalismo, no comparto los pensamientos monolíticos, discrepo con los sumisos, me enervan los privilegios.
Pero ante todo, creo en las personas y en su capacidad de exponer sus argumentos, de debatir, de razonar, de explicar su posición y por ello hago mía la frase de Voltaire; "No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
Porque un debate no debería ser un corral de gallinas o una demostración de egos. No debatimos para ver quién "la tiene más larga", Sino para que en el intercambio de opiniones, desde el respeto y la educación, conocer cuál es el punto de los demás y así progresar en nuestro razonamiento; desde las dudas que nos pueden plantear y desde la capacidad de usar nuestros argumentos.
Por ello, considero que los debates o las exposiciones públicas, sean las que sean, basadas en la descalificación, las gracietas, los argumentos subjetivos o en cuestiones ajenas al tema a tratar, no sólo invalidan a quien los usa, sino que retrata la ausencia de criterio y de puntos en los que apoyar sus tesis.
Tal vez sea que estamos demasiado acostumbrados a los gritos, al esperpento mediático o a las voces de coral que adornan los sainetes televisivos. Pero deberíamos dejar de alimentar el ruido y desde el sosiego, aprender a debatir con la razón que cada uno pueda tener.