El fin del mundo llama a la puerta. El planeta está en peligro. El cambio climático y el calentamiento global van a acabar con la humanidad. En la década de los 90, fue el agujero de ozono lo que causó la alarma. Hoy ya no se habla de él. No se sabe si porque se ha cerrado o porque ya no interesa. Por otra parte, vivimos por encima de la capacidad de regeneración de la naturaleza. El 2 de agosto, ya consumimos los recursos que la Tierra genera para el año entero y
España agotó el 12 de mayo toda la producción anual de nuestro país. Es preciso tomar medidas urgentes para salvar el futuro. De esto se ocupan con cabal aplicación la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Foro Económico Mundial, más conocido como el Foro de Davos cuyos objetivos van dirigidos a desmontar el actual sistema capitalista y sustituirlo por un gobierno tecnócrata centralizado con una reducción del nivel de vida de Occidente, del consumo de combustibles y de las libertades civiles y una progresiva automatización de los trabajos. Para ello cuentan con la indispensable complicidad de los medios de comunicación encargados de meternos el miedo en el cuerpo y de hacernos sentir culpables a fin de convencernos y prepararnos para la nueva realidad que nos espera en la que “no tendremos nada pero seremos felices”.
Entre las causas principales del cambio climático se encuentra el dióxido de carbono lanzado a la atmósfera por los vehículos movidos por gasolina o gasóleo. Resulta imperioso reducir su circulación. Y a dicha meta se encauzan. Los automóviles eléctricos o híbridos tienen un elevado precio y todo son trabas para los viejos y más contaminantes. Llenar el depósito con carburantes derivados del petróleo cuesta más y no pueden acceder al centro de las grandes ciudades. Y, a partir del año próximo, se cobrarán peajes por transitar por las autovías. Los coches se van a convertir en artículos de lujo. Los partidos progresistas se muestran también en contra del turismo de masas que deteriora los cascos históricos de las ciudades y la naturaleza y que, dicho sea de paso, tampoco deja mucho dinero. Ya se sabe quién practica este tipo de turismo. ¿Se han preocupado en buscar otras soluciones o han ido a lo más fácil, prohibir? Porque siempre pagan los de siempre.
En cambio, las élites dirigentes y los gurús de la lucha contra el cambio climático no se implican en la misma. Es una contradicción indecente que quienes deciden las restricciones a aplicar a la población mundial para limitar las emisiones de CO2, acudan a sus reuniones en sus lujosos aviones privados que contribuyen al calentamiento global mucho más que las flotas comerciales que los de a pie hemos de utilizar. Lo de predicar con el ejemplo no va con ellos.