Como ya se anunciaba en la zarzuela “La verbena de la Paloma”, las ciencias adelantan que es una barbaridad. Gracias a los avances técnicos de la era digital que disfrutamos -o sufrimos- se va extendiendo la costumbre, y no sólo entre los jóvenes, de pagar por medio de la tarjeta, el teléfono o el reloj, aunque sean cantidades ridículas. El dinero en metálico casi ya no se utiliza en la mayoría de países europeos y, aquí, seguimos por idéntico camino. La pandemia aceleró esta nueva forma de comprar, mucho más cómoda que trajinar con monedas y billetes. Tiene ventajas y también inconvenientes como su dependencia de la tecnología y del acceso a internet. El fallo de una u otro, imposibilita los desembolsos sin efectivo. Asimismo, al facilitar nuestros datos personales y financieros, corremos el riesgo, a pesar de las medidas de seguridad, de ser víctimas de la piratería y de otros tipos de fraude. De hecho, los delitos cibernéticos son los que más han crecido últimamente.
Y los bancos, encantados con esta tendencia. Criticamos su avidez pecuniaria y su lucro exorbitante, pero al pagar con dinero de plástico contribuimos a engrosar sus beneficios. De todas las operaciones realizadas, perciben de los establecimientos una comisión media del 0,3%. Unos 30 céntimos por cada 100 € es un porcentaje muy bajo, sin embargo, al cabo del año, supone unos ingresos millonarios. Algunos comercios no admiten o fijan un mínimo para cobrar electrónicamente.
La banca nos “obliga” a sacar dinero de los cajeros –a menudo, averiados- lo que hace innecesarias muchas sucursales. ¿Cuántas se han cerrado? Y ¿cuántos de sus trabajadores han sido prejubilados o despedidos? Igual sucede con el autoservicio en las gasolineras o las cajas de autopago de grandes superficies y supermercados. Evitamos las colas y ahorramos tiempo pero estamos ayudando a que se eliminen puestos de trabajo y a recortar las cotizaciones a la Seguridad Social.
La banca no es la única contraria a los pagos en metálico. Coinciden con ella, las élites políticas y globalistas que nos tutelan. El euro digital ya está en marcha. Nos mostramos muy celosos de nuestra privacidad y, al mismo tiempo, la transferimos sin pudor, propiciando el control y manipulación de la sociedad. El instrumento de dominio más potente es la información. Desde 2021, las transacciones en dinero contante y sonante tienen un límite máximo de 1.000 €. Pero en cualquier momento, los Gobiernos pueden variarlo y prohibir o imponer determinadas gestiones económicas. Si adelantan la Navidad al primero de octubre, ¿qué ocurrencia no será posible? Y siempre encontrarán alguna justificación y no faltará quien les aplauda.