Tal vez sea una paradoja, porque la crisis sanitaria que nos ha obligado a cerrar la puerta y a quedarnos en nuestra casa para no favorecer la expansión del Coronavirus, a la vez ha sido la misma que nos ha sacudido nuestras arquitecturas mentales y nos ha evidenciado la importancia del vecino, de la comunidad, del amigo, de la sonrisa cercana, de la palabra y de la solidaridad.
En un gris confinamiento de final de invierno y anodina primavera, hemos redescubierto que los vecinos hemos sido capaz de tejer una red vecinal que iba a comprar a la pareja de abuelos de arriba, se volvían a prestar “lo que necesites, para eso estamos”, a la par que intercambiaban sonrisas mientras el sol se escapaba diariamente.
Esa misma sociedad que unas semanas antes se escapaba de los vecinos, escondía la cara en el móvil o rebuscaba inquietos las llaves bajo la presencia de un vecino que se acercaba. Con este encierro hemos sacado la bondad y la solidaridad como arma para tejer una incipiente red vecinal de apoyo y cooperación. Una red que sea el sustento solidario de todos los vecinos y en el que todos podamos tener cabida.
Porque hemos visto mensajes en la escalera y en el ascensor, llamadas a la señora Justa que tiene a sus hijos fuera. La “tía” Enriqueta que no podía salir a comprar, y los vecinos le traían la compra.
Sin duda, esto debe ser el punto de partida, para volver a mirar a los vecinos a la cara, sonreirles y con empatía y comprensión volver a tejer esas redes vecinales que se perdieron hace ya décadas.Así tenemos la oportunidad de retejer y fortalecer, porque sabemos que hemos sido capaces de crearlas en los peores días de este año.
Por eso, no cerremos la puerta, no olvidemos una de las mayores lecciones que sin darnos cuenta nos hemos auto inculcado y dejemos las puertas abiertas a nuestros vecinos.