Envejecer es ley de vida. Y mal quien no envejece pues es señal de que se está muerto. El problema no es envejecer de cuerpo sino hacerlo de espíritu. Hay mayores con el alma joven y con una vitalidad que ya quisieran para sí muchos veinteañeros; en cambio, hay también jóvenes que se avejentan enseguida y se muestran conformistas, apáticos y sin ilusiones. El común de los mortales asumimos con resignación -¡qué remedio!- el transcurrir de los años y observamos cómo el tiempo deteriora nuestros cuerpos, sobre todo cuando nos comparamos con las imágenes detenidas en las fotografías. De idéntica manera, hay quien se resiste a envejecer, principalmente las figuras públicas. Algunas actrices, como Geraldine Chaplin o Ángela Molina, han aceptado con toda naturalidad ir apagando más velas y no ocultan sus arrugas y las muestran con dignidad. Pero son una excepción. La mayoría de los personajes del papel cuché se ha hecho asidua de los cirujanos plásticos, lo que, en ocasiones, se ha convertido en adicción.
El ejemplo más palmario de este tipo de intervenciones es el de Isabel Preysler, cada vez más joven hasta el punto de que ya parece hermana de sus hijas, como una de las protagonistas de la comedia “Cuatro corazones con freno y marcha atrás” de Enrique Jardiel Poncela. En ella, un sabio inventa un medio para no envejecer y permanecer siempre con la misma edad; pero al cabo de los años, la vida así deja de tener sentido e inventa otra fórmula para ir rejuveneciendo y retroceder en las etapas de la existencia. Pero corre el peligro de que le suceda lo mismo que a Meryl Streep y Goldie Hawn en la película “La muerte os sienta tan bien” donde adquieren una pócima que las hace inmortales pero acaban necesitando ser continuamente repintadas para cubrir los desconchados de su piel.
Los resultados de las operaciones estéticas no son siempre afortunados. Recientemente, María Teresa Fernández de la Vega, Vicepresidente del Gobierno de Zapatero y actual Presidente del Consejo de Estado, apareció con unos rasgos achinados que semejaba la hermana del amado líder de Corea del Norte. Con anterioridad, ya se había sometido a un planchado de epidermis que la había transmutado casi en su nieta pero, ahora, se han pasado con el bótox y el bisturí. Otro desastre notable fue el de la duquesa Cayetana de Alba que quedó con el surco subnasal tan petrificado que le impedía hablar de manera normal. A Ana Obregón o a Mary Cruz Soriano, exalcaldesa consorte de Zaragoza y antigua periodista de televisión y radio, les han cincelado el rostro de miss Pig, la simpática cerdita de los Teleñecos. Más ejemplos nefastos son los de Donatella Versace y los actores norteamericanos Mickey Rourke y Sylvester Stallone o Camilo Sesto; están irreconocibles. En una sociedad que valora más la apariencia que la consistencia, más la fachada que el interior, la ciencia, a veces, crea monstruos. Eso sí, sin arrugas.