G. K. Chesterton, escritor, filósofo y periodista británico que vivió a caballo de los siglos XIX y XX, advirtió que llegaría el momento en que sería “necesario desenvainar la espada para defender que el pasto es verde”. Ese momento ha llegado. Ya hace tiempo que vivimos sometidos a una inquisición que no quema -todavía- al disidente pero lo condena a una muerte social. Es peligroso expresar una opinión discordante con los dogmas de la corrección política que nos imponen.
El ayuntamiento progresista de Getafe y el Getafe CF han retirado al estadio municipal de esta ciudad madrileña el nombre del exfutbolista Alfonso Pérez, denominación que ostentaba desde hace un cuarto de siglo, por manifestarse contrario a la equiparación salarial del fútbol femenino. Sus declaraciones han sido tachadas de machistas y, en las redes sociales, muchos han aplaudido la decisión poniéndole como chupa de dómine. Ha expuesto su punto de vista con la que se puede estar de acuerdo o en desacuerdo. Vivimos en un país libre, de momento.
No se trata de distinguir entre hombres y mujeres sino de quiénes llenan los estadios y consiguientemente generan superiores ingresos. El fútbol se ha convertido, además de en un espectáculo, en un negocio que mueve millones y millones de euros y, hoy por hoy y se quiera o no, el balompié masculino resulta inmensamente más lucrativo que el femenino.
Por la norma de “a igual trabajo, igual salario” todos los jugadores de un equipo o de una categoría deportiva deberían cobrar idéntico sueldo. Todos entrenan, todos juegan y todos se esfuerzan por alcanzar la victoria. Pero unos juegan mejor que otros y atraen a más espectadores. El partido de un equipo contra el Real Madrid o el Barcelona no congregará el mismo público que si se enfrenta con el último clasificado.
Parece lógico que los mejores deportistas y que proporcionan mayores beneficios ganen más.
Similar criterio se aplica a los artistas.
No comprendo cómo todavía no se les ha ocurrido aplicar la paridad en el mundo del deporte en el que hay mujeres equiparables a los hombres y no desentonarían jugando juntos. El problema sería el número de espectadores que acudirían a los encuentros. Tertulianos de televisión que no vivieron los 80 y 90 o eran entonces pequeños, hablan de la censura de aquellos años. Sin embargo, en aquellos años había más libertad que ahora en que es preciso andar con pies de plomo con las palabras pues todo el mundo se ofende por cualquier cosa. Hoy, no se puede decir lo que se piensa y hay que pensar muy bien lo que se dice. La censura que viene y lo que vendrá después.