“La vida de los otros” es una película alemana del 2006 que, al año siguiente, logró el Óscar a la mejor producción de habla no inglesa. La acción transcurre durante los últimos años de existencia de la República Democrática Alemana -país satélite de la Unión Soviética- en el Berlín oriental, tras el muro que dividía la ciudad, llamado “de Protección Antifascista” por los comunistas y “de la Vergüenza”, por los occidentales. Se calcula que entre 125 y 200 personas perdieron la vida al intentar cruzar el muro sin permiso y que más de 3.000 fueron detenidas por el mismo motivo; en la parte comunista, fuertemente vigilada, la policía, de la que formó parte Putin, no dudaba en disparar contra quienes pretendían pasarse al lado occidental. La canción “Libre” del valenciano Nino Bravo, fallecido hace medio siglo en un accidente automovilístico, cuenta la historia del primer alemán asesinado al tratar de huir del paraíso socialista a través del muro. El film relata la vigilancia de la Stasi, policía secreta de la dictadura, sobre los círculos intelectuales y, en concreto, el rígido espionaje aplicado a un escritor, cableando su casa e instalando micrófonos ocultos en ella.
En la actualidad, no sería precisa tanta parafernalia pues ofrecemos gustosamente toda la información que quieren de nosotros. Y más. Del mismo modo que los etólogos estudian el comportamiento animal anillando y poniendo microchips a determinadas especies, quienes rigen los destinos del mundo nos han aplicado a los seres humanos unos artilugios inseparables e imprescindibles para nosotros y de los que dependemos creando una peligrosa adicción entre gentes de todas las edades. Parece que no pueden respirar sin él.
Naturalmente, me estoy refiriendo a los teléfonos móviles que se han convertido en una prolongación de nosotros mismos. De seguir así, dentro de algunas generaciones, ya vendrán incorporados a nuestra anatomía.
Hoy, la vida de nosotros está contenida en el teléfono a través del cual percibimos cuanto nos rodea y al que confiamos nuestros datos, nuestra intimidad y, en definitiva, nuestra libertad.
Saben todo de todos y, de este modo, les es muy fácil manipularnos. El teléfono ya sustituye hasta al dinero y las tarjetas, lo que está generando otro problema, cada vez, pagamos menos en efectivo. Con ello aumentamos los beneficios de los bancos que ya nos cobran por todo y, al mismo tiempo, les bailamos en agua a los gobiernos que aspiran a eliminar el dinero físico. Así, su control será absoluto. Por desgracia, se está cumpliendo la profecía atribuida erróneamente a Einstein: “Temo el día en el cual la tecnología sobrepase nuestra interacción humana. El mundo tendrá una generación de idiotas”. Hacia ahí vamos. Y como ejemplo, la inteligencia artificial.