Ciertas ideologías sienten miedo a la libertad de los ciudadanos; miedo a que, al decidir por nosotros mismos, nos apostemos en contra de sus intereses. Para evitar cualquier protesta y rebeldía por parte nuestra, nos pretenden mansos y sumisos, como un rebaño de ovejas que obedecen sin rechistar al pastor y a sus perros. Para conseguirlo, lo primero es proceder a un lavado de los cerebros, tarea de la que se encargan con probada eficacia las televisiones. Así, aletargada y mermada en su capacidad de pensar y razonar libremente, la población podrá ser adoctrinada con facilidad. La gente parece más preocupada por las andanzas y despropósitos de Paquirrín y de Rociíto que por el precio quintuplicado de la luz o por el encarecimiento de los carburantes y de la bolsa de la compra. Nadie –ni los sindicatos, bien untados- protesta ni hace huelga por ello. Esperan a que gobiernen los otros para salir a la calle. Tampoco al ministro de Consumo le inquieta el problema ocupado en la huelga de juguetes –que, por cierto, ya no se anuncian en televisión- o con la nata de los roscones de Reyes.
Poco a poco y con cuentagotas, nos coartan la libertad organizando y programando nuestras vidas. Nos indican -todavía no nos imponen- cómo ha sido el pasado, qué hemos de comer, con qué juguetes han de jugar nuestros hijos, en qué medios de transporte hemos de viajar, de qué color hemos de vestir, cómo hemos de hablar y hasta cómo hemos de felicitar la Navidad. A lo que sí ya obligan en algunos lugares es al idioma en el que los alumnos han de estudiar y hablar en los recreos o en el que se deben rotular los negocios. Orwell se está quedando corto. Y quien cuestione la dictadura del pensamiento único ya puede imaginarse el calificativo que le van a asignar.
No solo regulan y manipulan nuestro comportamiento con decisiones políticas.
Inadvertidamente pero con mayor eficiencia, nos controlan a través de la tecnología que nos rodea y que ya forma parte imprescindible de nuestros hábitos diarios: internet, móviles, ordenadores, tarjetas bancarias… ¡Qué harían los jóvenes y muchos menos jóvenes sin ella!
Gracias a estos dispositivos, conocen todo de nosotros con la información que les proporcionamos “voluntariamente”. No es preciso que, junto con la vacuna anticovid, nos inyecten un chip para tenernos vigilados. Estamos sacrificando gratuita e inconscientemente nuestra privacidad y, por ende, nuestra libertad.