Días atrás, aparecieron tachados con pintura negra los topónimos en catalán de las señales de la carretera entre Torrevelilla y La Cañada de Verich. Hace un tiempo, las localidades bajoaragonesas de la zona del Mezquín fueron objeto de las acciones de los independentistas catalanes. Hay que tener en cuenta que para ellos la lengua delimita la nación, es decir, los territorios donde se habla catalán forman parte de la Gran Cataluña, “els Països Catalans”, que comprenden además de Cataluña, parte de la Comunidad Valenciana o “Pais Valencià”, Baleares, los antiguos condados de Rosellón y Cerdaña –franceses desde 1659, tras el Tratado de los Pirineos-, el principado de Andorra, la ciudad italiana de Alguer, en la isla de Cerdeña, el pequeño enclave de El Carche, en la región de Murcia y lo que llaman la “Franja de Ponent”, el este de la provincias aragonesas. El controvertido término de Países catalanes apareció a finales del siglo XIX con un significado lingüístico y cultural que fue tomando una deriva política en manos de los pancatalinistas.
Hacer de los territorios con dominio idiomático catalán una unidad política independiente es el sueño del separatismo vecino que no regatea en esfuerzos ni recursos y que debería preocuparnos.
No voy a entrar en si en nuestra tierra se habla “chapurriau” o catalán o si el valenciano es catalán. Son temas a tratar de manera imparcial y desapasionada por los lingüistas y no por los políticos que siempre ideologizan y tergiversan la realidad según sus intereses. Pero se han creado muchos organismos de cuyas subvenciones viven muchos estómagos agradecidos. La lengua, que debería ser un vínculo de unión, la han convertido en un signo de división y de odio hacia quien no piensa igual. ¿Por qué no se permite que cada cual hable y use en las administraciones autonómicas la lengua oficial que desee tal como reconoce la Constitución? ¿Por qué imponer una y postergar o perseguir la otra? ¿Por qué ese miedo a la libertad? Pueden convivir perfectamente todas y el bilingüismo, o trilingüismo en el caso de Aragón, nos enriquece a los hablantes.
Recuerdo de pequeño que la gente mayor utilizaba unos vocablos hoy perdidos y que a bastantes aragoneses les sonarían casi a chino. Ese es un reto, conservar las particularidades de nuestras hablas que los medios de comunicación y los planes de estudio han contribuido a su desaparición. Por fortuna, se está trabajando por rescatarlas y para recuperar tradiciones sustituidas por modas foráneas. Aunque, como decía Ezra Pound, poeta, ensayista y músico estadounidense, la tradición ha de ser “una belleza para preservar, no un montón de cadenas para atar”.