A comienzos de los pasados años 70, alcanzó bastante éxito una canción italiana interpretada por Mina y Alfredo Lupo de la que Dalida y Alain Delon harían la versión francesa. El hombre, recitando, piropea y hace innumerables promesas de amor a la mujer que le responde: “Parole, parole, parole”. Esto es, “palabras, palabras, palabras”. Así sucede en las campañas electorales aunque nosotros sí que caemos en la trampa creyendo los cantos de sirenas de los partidos. Ignoro si todavía queda alguno de aquellos charlatanes de feria que, tiempo atrás, con su infatigable verborrea, por cuatro perras te vendían un producto y, para convencerte, te agraciaban con una serie interminable de regalos a cada cual más enjundioso. Los grupos políticos en campaña electoral, se parecen a estos charlatanes de feria ofreciendo el oro y el moro al personal a cambio de su voto. Sin embargo, este año, se han pasado con las ofertas y gangas. En estos días de reclamo y propaganda, se impone el “yo, más”, rivalizando los partidos por ver quién se muestra más dadivoso.
Escribió el mordaz Francisco de Quevedo que “nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”. Ya lo hemos comprobado en numerosas ocasiones. Por poner un ejemplo flagrante, quien todos sabemos, a escasos días de los últimos comicios generales, hizo todo lo contrario de lo que había jurado y perjurado no hacer en un debate seguido por millones de televidentes. Ya se sabe que del dicho al hecho… Sobre todo en política. Hemos de confiar en las obras, no en las palabras. Los programas electorales son contratos entre partidos y votantes y estos, en caso de incumplimiento por parte de aquellos, les castigan mudando el sentido de su sufragio. Pero ¿quién se acuerda de lo prometido cuatro años atrás? Ni siquiera leemos los programas ni mucho menos los comparamos para ver cual es más atrayente al menos sobre el papel que casi siempre acaba mojándose.
Si bien en los pueblos, donde todos se conocen, se suele votar más a la persona que a la tendencia política, en general, la gente opta por su partido sea quien sea el que tira del carro o elige en contra de otros. Fruto de la tensión creada y azuzada por ciertas ideologías, se estigmatiza tanto al contrario que, entre lo malo verificado y lo invocado redundantemente como peor, se prefiere lo malo. Haciendo caso al refrán, tampoco estaríamos muy dispuestos a probar lo bueno si no procede de los nuestros. Y siguiendo con el tema musical, la casta dirigente sigue entonando con entusiasmo la canción de Alaska: “¿A quién le importa lo que yo diga? / ¿A quién le importa lo que yo haga?”.
Ella es así y nunca cambiará. Mientras se lo permitamos. De nuestro voto depende.