Cuentan que un rey hizo la promesa de llenar por la mitad las copas de vino si resultaba triunfador en una batalla. El monarca venció y cumplió su promesa. Pero pronto, las copas doblaron su capacidad. Al revés ha sucedido con muchos productos de los supermercados. Han mantenido el tamaño de los envases y los precios pero han reducido los contenidos. E idéntico comportamiento se ha aplicado al café con leche de los bares. Las dimensiones de las tazas han ido disminuyendo.
Aunque, por lo general, comercios y cafeterías han optado por ambas posturas, reducir la cantidad de producto e incrementar los precios.
Cuando los precios suben, perdemos poder adquisitivo pues con el mismo dinero podemos adquirir menos bienes y servicio. Como consecuencia, la producción disminuye y, al tiempo, se encarece lo que repercute en el alza del nivel de vida. Es la pescadilla que se muerde la cola. Pero no todos quedamos perjudicados por la inflación. El gran beneficiado de la misma es el Estado. Si los bienes y servicios se venden más caros, los contribuyentes pagamos más por ellos y Hacienda recauda más en impuestos indirectos como el IVA.
En 2002, entró en vigor el euro, moneda común, hoy, de 20 países de los 27 Estados miembros de la Unión Europea. En aquel momento, nos parecía muy divertido manejar la calculadora para comparar los precios y convertir las pesetas en euros y viceversa. Al principio, se respetaron los cambios (un euro equivalía a 166,386 pesetas) pero muy pronto lo que se pagaba con la moneda de 20 duros pasó a pagarse con la de un euro. Desde entonces, el coste de la vida ha crecido considerablemente. Recuerdo que con mil pesetas cargaba de fruta y verdura; hoy, 6 euros, el equivalente del billete verde, no alcanza, a veces, para comprar un kilo de fruta.
Sin embargo, los salarios no han aumentado al mismo ritmo. Nos hemos empobrecido. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), organismo dependiente del Gobierno, el pasado año, más de la cuarta parte de la población en España vivía en riesgo de pobreza o de exclusión social, cinco décimas por encima de 2022 y tres décimas más que antes de la pandemia.
Y eso con la economía yendo como un cohete. Es lo que persigue la Agenda 2030 y para lo que está tomando todas las medidas en materia del medio ambiente -con sus efectos nocivos en la agricultura, ganadería, industria y energía- que afectan a nuestras vidas. No tendremos nada pero seremos felices.