Decía Aristóteles que en el punto medio se encuentra la virtud. Cuando se bascula hacia cualquiera de los extremos, se suele caer en la ridiculez, el despropósito y, muchas veces, en la violencia. Pero esta solo se ejerce contra quienes se sabe con certeza que no van a defenderse ni a utilizar los mismos procedimientos. Una causa, por muy elevada y plausible que sea, si se sumerge en el fundamentalismo, acaba por descalificarse a sí misma, ocasionándose más daño que beneficio.
Entre estas posturas radicales, se encuentran ciertos movimientos animalistas. Resulta encomiable defender a los animales y oponerse a su maltrato, tortura o abandono.
Sé por experiencia cuánto se siente la pérdida de una mascota. Un perro puede llegar a ser más noble y leal y proporcionar mejor compañía que muchos humanos. Pero igualar -o incluso anteponer- los animales a las personas como hacen este tipo de activistas, me parece más que excesivo y un desafuero. Un partido político animalista que ha recibido el apoyo de un buen número de votos, en su programa electoral, aparte de las ya consabidas prohibiciones de los toros, los zoológicos, los espectáculos con animales y la caza y la pesca deportivas, propone, entre otras medidas, esterilizar obligatoriamente a las mascotas, suprimir la consideración de perros peligrosos, crear un sistema público de sanidad para animales y poner fin a los experimentos con ellos.
Recientemente, un equipo de científicos españoles, del que forma parte la calamochina Teresa Blasco, ha conseguido eliminar por completo en ratones el cáncer de páncreas, uno de los que entrañan mayor tasa de mortalidad. Este éxito en la investigación supone un gran avance en la lucha contra esta cruel enfermedad.
Preguntada la presidente de dicho partido al respecto y sobre si la experimentación de nuevos fármacos debía realizarse antes con animales que con humanos, comenzó respondiendo: “Bueno, el eterno dilema de tu madre o tu perro…” Creo que ya no hacen falta más comentarios.