Dicen que la soledad será la epidemia del siglo XXI. En España, más de cuatro millones y medio de personas, habitualmente, viven solas. De ellas, un 43 por cien tiene más de 65 años. La soledad presenta dos caras: estar solo y sentirse solo. Hay gente que elige estar sola; es una soledad voluntaria. En cambio, para otras personas, la soledad es forzosa e, incluso, viviendo acompañadas se sienten solas como les sucede a muchos mayores confinados en residencias, donde pueden pasar meses sin recibir ninguna visita, o en sus propias casas, arrinconados sin que nadie de la familia les haga caso o abandonados en manos de cuidadoras que, en ocasiones, lo menos que hacen es hablarles y estimularles. Este sentimiento de soledad afecta no solo a los ancianos sino que se da en todos los estratos de la edad repercutiendo negativamente en su salud, tanto física como anímica e influyendo en el aumento de suicidios cuyo número dobla a los fallecidos en accidentes de tráfico. Los suicidios, en nuestro país, se han convertido en la principal causa de muerte entre los 15 y los 29 años, motivados, en gran parte, por la incomunicación y la soledad. Son datos alarmantes que deben prevenirnos sobre la importancia del problema que constituye la soledad para millones de seres en el mundo, en especial, en las ciudades.
Tan solo en Madrid, hay censados más perros que niños. Las mascotas han sustituido a las relaciones familiares y de amistad y se han convertido en una manera de mitigar la soledad
que carcome esta sociedad muy tecnificada y avanzada pero, al mismo tiempo, individualista y deshumanizada donde los vecinos, incluso los de puerta con puerta, a veces, ni se conocen o ni se saludan al cruzarse en el ascensor o las escaleras. Vamos a lo nuestro y miramos hacia otro lado para ignorar las necesidades ajenas. Cada vez son más frecuentes las noticias de ancianos y no tan ancianos que, días, semanas e incluso meses después, aparecen muertos en sus casas sin que nadie les haya echado en falta.
La soledad se hace más angustiosa en estas fechas navideñas, tiempo de reencuentros y reuniones familiares. Conforme vamos cargando años, la lista de ausencias se acrecienta lo que nos mueve a la tristeza y melancolía; es por ello que estas fiestas no gustan a muchos. Pero si no podemos dejar de lamentarnos por lo perdido hemos de alegrarnos también por lo que tenemos.