No recuerdo qué noble francesa se ufanaba de que sabía callarse en varios idiomas.
En cambio, tenemos un ministro de Consumo que no sabe callarse ni en su lengua materna cuya gramática tampoco parece dominar. Traigamos a la memoria su “hemos proponido”.
En los dos años que lleva al frente del Ministerio, Alberto Garzón no ha cesado de provocar conflictos. El turismo, la hostelería, las bebidas energéticas, el azúcar, la carne, el aceite de oliva, el jamón ibérico, el queso y, últimamente, los juguetes, los roscones y hasta los contestadores automáticos han sido objeto de sus invectivas.
El dirigente comunista declaró al periódico británico The Guardian: "Lo que no es para nada sostenible son estas macrogranjas. Encuentran un pueblo en una parte despoblada de España y ponen 4.000, 5.000 o 10.000 animales. Contaminan el suelo, contaminan el agua y luego exportan esa carne de mala calidad de esos animales maltratados". Tienen razón quienes defienden a Garzón cuando alegan que rechaza las macrogranjas. Pero también es cierto que manifiesta que España exporta carne de mala calidad. Imaginemos que un directivo de una cadena de supermercados declarase lo mismo de los productos que vende. La clientela pensaría que si el propio directivo lo reconoce, cómo serán en realidad. Y se iría a la competencia. Que las granjas contaminan, es sabido. Muchos hemos tenido que cerrar alguna vez las ventanillas del coche por el hedor que desprendían los campos abonados con los purines de las explotaciones porcinas, residuos que se filtran en el suelo, emponzoñan los acuíferos y acaban quemando y empobreciendo la tierra.
Según el Ministerio de Agricultura, en España, la mayor parte de las explotaciones ganaderas son de pequeño y mediano tamaño, mientras las consideradas grandes no alcanzan el 1 % de la cabaña porcina ni el 3 % de la vacuna. Si al Gobierno le consta alguna irregularidad, debe intervenir e imponer sanciones. Y si está en contra de las macrogranjas, tiene fácil elaborar una ley que las prohíba. Pero no puede generalizar ni atacar en el extranjero los sectores que producen esos bienes dañando nuestra imagen internacional y poniendo en peligro las exportaciones y miles de puestos de trabajo principalmente en la España Vaciada. Acabaremos cerrando nuestras instalaciones pecuarias y comprando carne de macrogranjas a China, como hacemos con la energía nuclear francesa. Habría que dedicarle a Garzón las palabras que el rey emérito le espetó a Hugo Chávez: “¿Por qué no te callas?”.