Pasaron las elecciones. Ya hemos votado. ¡Por fin! Cuatro comicios y casi dos meses de cargante campaña electoral. ¡Menudo hartazgo! Podían haberlos celebrado todos en una única jornada y, de paso, nos ahorrábamos algunos millones de euros. Pero como, según Carmen Calvo, el dinero público no es de nadie… Aunque sí se sabe su procedencia, las carteras de los contribuyentes, que somos todos. Casi dos meses de propuestas que nadie se cree. Ya anunciaba el socialista Enrique Tierno Galván, el primer alcalde democrático de Madrid en la Transición, que las promesas electorales se hacían para no cumplirlas. A los políticos en periodo electoral se les puede aplicar aquella canción de Mina de los años 70 “Parole, parole, parole…”
Y tras las elecciones, ha llegado la fase de los pactos para conseguir mayorías y el poder, que de eso se trata; la fase del mercadeo, del toma y daca, del yo te doy mi apoyo a cambio de…
En definitiva, del “donde dije digo, digo Diego”. Con lo fácil que sería –y también creo que más lógico- realizar una segunda vuelta con los dos partidos más votados, como sucede en otros países de nuestro entorno. De este modo, los ciudadanos decidiríamos quiénes nos han de gobernar y no los tejemanejes de los partidos, cuyos intereses casi nunca coinciden con el interés general. Pero se nos priva de esa facultad. Nosotros elegimos a los partidos y estos hacen y deshacen según su provecho. En más una ocasión, ha ocupado la presencia autonómica o la alcaldía el cabeza de la lista que quedó en tercer lugar, lo que no deja de ser una burla a la voluntad popular. Y ¿cuántos políticos han renunciado al cargo para el que fueron elegidos para ejercer otro superior sin importarles el mandato de su electorado?
Todos los partidos, tienen militantes y electores que actúan como miembros de una secta acatando ciegamente las directrices de sus dirigentes y votándolos sin importarles ni quién las encabeza, ni la corrupción que les envuelve ni, tampoco, los desaciertos en que hayan podido incurrir. Los partidos saben que, hagan lo que hagan, tendrán esos sufragios seguros ¿Quién conoce a los integrantes de una lista electoral? ¿O a sus representantes provinciales en los parlamentos? Votamos unos programas que nadie, o muy pocos, se han leído. Y, muchas veces, votamos en contra de, no a favor de; no para que gane un partido sino para que no gane otro.
Votar no debería ser solo un derecho, sino también un deber. Y ejercerlo con madurez y responsabilidad, lo que, por desgracia, no sucede.