Un padre y un hijo conversaban sobre temas trascendentes y el joven, en un arranque de sinceridad, manifestó que, antes que vivir dependiente de una máquina, preferiría morir. Ni corto ni perezoso, el progenitor cumplió sus deseos y le quitó el móvil. De manera progresiva, en nuestra rutina diaria dependemos de máquinas, sobre todo del teléfono móvil convertido en una prolongación de nuestro cuerpo; sin el celular, como lo llaman en Hispanoamérica, nos sentimos abandonados, indefensos, incompletos y, cual hermano siamés inseparable, nos acompaña a todas partes, incluso a los espacios y quehaceres más reservados.
El teléfono móvil ha facilitado y abaratado enormemente la comunicación por grande que sea la distancia entre las personas por muy distantes que se encuentren. El tamaño de los aparatos ha variado a lo largo del tiempo. Los primeros -los veíamos en las películas y series de televisión americanas- eran auténticos armatostes de difícil manejo. Conforme fueron evolucionando, disminuyeron sus dimensiones. Pero a medida que incorporaban nuevas aplicaciones, volvieron a agrandarse. Hoy día, el móvil va mucho más allá del simple uso de realizar o recibir llamadas cuando no estamos en casa y se ha transformado en un ordenador en miniatura que se lleva en el bolsillo y ha proscrito al fijo. Los teléfonos modernos sirven para un sinfín de funciones cada vez más sofisticadas (reloj, radio, calculadora, cámara de fotos y vídeo y podemos escribir mensajes, comprar, leer la prensa...) por lo que se han hecho imprescindibles llegando a crear adicción.
En lugar de disfrutar la vida en directo, preferimos verla a través de las pantallas de estos artilugios. Grabamos y fotografiamos todo, para no verlo después. Pero lo importante y peligroso es que les hemos confiado nuestra privacidad; les hemos entregado datos bancarios –podemos pagar con ellos, sin necesidad de tarjetas ni dinero en efectivo- contraseñas, contactos y conversaciones, hasta las más íntimas, y, con detalle y sin recato, publicamos en las redes sociales nuestras ocupaciones cotidianas, viajes, comidas, compras, modos de esparcimiento...
Saben todo de nosotros pero somos nosotros quienes les facilitamos la información y les permitimos así que nos puedan manipular y controlar. Si han conseguido jaquear los teléfonos de miembros del Gobierno -protegidos al máximo, se supone-, qué no serán capaces de hacer con los nuestros. En 2023, los delitos informáticos aumentaron en España un 25,5% representando casi la quinta parte de las infracciones penales cometidas. No cabe duda de que, cuando el teléfono estaba atado con un cable, los humanos éramos más libres.