En los pacatos y ultracatólicos años 40 y 50, el hombre y, sobre todo, la mujer debían vestir con recato y compostura. Cuantos menos centímetros de piel se mostrase, mejor. No debe extrañar, pues, el escándalo que supuso en España el estreno, en las Navidades de 1947, de Gilda, película protagonizada por Rita Hayworth y célebre por el striptease del guante y por la más famosa bofetada de la historia del cine propinada a la protagonista por Glenn Ford. Hubo manifestaciones, rosario en mano, ante los cines donde se programaba el film pidiendo su retirada. El obispo de Canarias llegó a prescribir como pecado mortal la asistencia a su proyección. No hace falta decir que Gilda fue todo un éxito de público.
Algo parecido sucedió con el bikini, prenda de baño creada en 1946 por el ingeniero automovilístico francés Louis Réard. Como no podía ser de otra manera, se prohibió en España. Sin embargo, tres ciudades se saltaron el veto: Santander, Benidorm y Marbella. A principios de los 50, Pedro Zaragoza, alcalde de Benidorm, convirtió a este pueblo de pescadores en el centro del turismo mundial de sol y playa. En 1952, autorizó el bikini en la costa benidormense. Esta osadía casi le costó la excomunión por parte del arzobispo de Valencia. Pedro Zaragoza no se amilanó y se dirigió en vespa hasta Madrid con el fin de persuadir a Franco de que era preciso elegir entre el bikini o la pobreza. Y lo convenció. Brigitte Bardot, tras superar muchas dificultades y resistencias, convirtió el bikini en emblema de la revolución feminista y símbolo de la libertad de la mujer para usar y enseñar lo que quisiera de su cuerpo contra las imposiciones legales y morales de la época.
Hoy, parece que estamos dando pasos marcha atrás. El nuevo feminismo considera el burka y el bikini como las dos caras de la misma moneda juzgando ambos atavíos como una imposición del heteropatriarcado. Lo mismo que pintarse las uñas, llevar tacones u otras opciones estéticas femeninas. Cualquier pretensión de la mujer de mejorar su aspecto físico lo interpretan como una muestra de sumisión al hombre. No sé qué pensarán de las que hacen toples o practican el nudismo. De todas formas, hay una gran diferencia. En ningún país, el bikini es obligatorio y sí lo es, en algunos lugares, el burka y, en muchos más, cubrirse la cabeza; y con severas penas para quienes no lo hagan. Pero ante estas imposiciones, permanecen mudas.