Algo no está funcionando bien en nuestra sociedad cuando la delincuencia aumenta de manera continuada y en todos los órdenes. Y algo están haciendo mal –o no están haciendo nada y miran hacia otro lado, lo que es peor- nuestras autoridades para detener este deterioro de la convivencia. La demora en la toma de medidas complica la aplicación de las soluciones. Más vale prevenir que curar. Para sanar una enfermedad, han de investigarse primero sus causas y después actuar sobre las mismas. Pero si se busca la verdad se corre el peligro de encontrarla. Y muchas veces, la verdad es contraria a la corrección política, algo completamente imperdonable en nuestro mundo de mentiras y medias verdades.
A pesar del gravoso Ministerio de Igualdad y de su profusa actividad propagandística y organizativa, los delitos contra la libertad sexual, incluidas las violaciones, siguen creciendo.
Según el Ministerio del Interior, ello se debe a la mayor disposición de las víctimas a denunciar las agresiones.
No obstante, no han disminuido las muertes por violencia machista o de género, negada por unos, ni las causadas por violencia doméstica o intrafamiliar, negada por los otros y las otras.
Sin duda alguna, la forma más execrable de violencia es la de los padres y madres que asesinan a sus hijos. La violencia extrema contra los niños es un problema importante pero invisibilizado y silenciado por los medios de comunicación y los organismos oficiales de los que es difícil obtener datos y estadísticas. En los últimos 16 años, el número de mujeres condenadas por matar a sus hijos supera ligeramente al de los padres filicidas. Tampoco merecen atención mediática ni política los padres muertos por los hijos ni los suicidios de jóvenes, cada vez más numerosos.
Dentro de las relaciones familiares, aparte de las citadas, se dan cuatro tipos de violencia contra la pareja o expareja: hombre contra mujer, hombre contra hombre, mujer contra mujer o mujer contra hombre. De estas cuatro posibilidades, únicamente parece causar inquietud y repulsa la primera. El resto no existen y no se publican cifras ni estudio. Y si el delincuente cambia de género, como ya ha sucedido, deja de considerarse violencia machista y se convierte en conflicto doméstico con lo que la pena se reduce. Nuestra sociedad es, cada vez, más hedonista, egoísta e intolerante lo que deriva al uso y justificación de la fuerza contra quienes nos contradicen. De nada sirve luchar contra un tipo concreto de violencia si no extirpamos el cáncer que nos impide la empatía y el respeto hacia los demás. Sembrando vientos, sólo podemos esperar recoger tempestades.