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Cerramientos exteriores invisibles, ¿qué ventajas ofrecen para el hogar?

Discretos y muy eficientes, te presentamos las principales bondades de estas instalaciones en el hogar.

Quienes tienen una casa en lugar de un piso, normalmente lo hacen para disfrutar de una mayor sensación de amplitud, y porque esta suele estar acompañada de un patio o de una terraza que ayuda a disfrutar del buen tiempo sin perder la sensación de comodidad que ofrece el hogar.

El problema de estas partes es que nos dejan expuestos a cualquier cambio de tiempo. El viento, la lluvia o cualquier otro fenómeno meteorológico puede provocar que no se disfrute igualmente de esta zona de la vivienda, lo que hace que acabe perdiendo parte de su encanto, salvo que se ponga remedio.

Y uno de los remedios a los que más se acude actualmente es a los cerramientos exteriores invisibles. Pensados para aislar a la vez que se ofrece visibilidad, hacen de capa invisible que protege mientras deja pasar la luz y preserva la temperatura. Cada vez se utilizan más por las numerosas ventajas que ofrecen.

Si no las conoces todavía, como tampoco a este tipo de cerramientos. Vamos a dejarte muy claro porque debes recurrir a marcas como Acuglass para que se encarguen de cerrar tus terrazas con estos acabados invisibles. Son garantía de calidad, comodidad y bienestar, un conjunto de bondades a las que no puedes decir que no.

 

Ventajas de instalar cerramientos exteriores invisibles

¿Cuáles son la ventajas de instalar cerramientos exteriores invisibles? Si te estás planteando recurrir a ellos para aislar la terraza de tu casa, pero todavía no tienes claro si son la mejor opción, deja que te demos varias razones por las que no debes dudarlo ni un segundo más.

 

Preservan mejor la temperatura

Una de las principales razones por las que acudir a este tipo de cerramientos es porque ayudan a conservar mejor la temperatura en su interior, a la vez que protegen de los agentes externos. No importa que llueva, que nieve, que haya un sol que achicharre; siempre podrás estar en ese lugar cerrado por este tipo de instalaciones.

Su uso es especialmente aconsejable en las épocas más frías, ya que ayuda a conservar la temperatura del interior y permitir así unas condiciones que facilitan la estancia sin tener que recurrir a aparatos para que aumenten la temperatura o a ropa de abrigo.

 

Aprovecha tu terraza también en invierno

¿De qué sirve tener una preciosa terraza exterior si durante un buen puñado de meses no puedes estar en ella? Todas esas terrazas que quedan abiertas son propensas a sufrir todas las inclemencias del tiempo en las épocas más duras, sobre todo en invierno. Sin embargo, con un cerramiento invisible, eso deja de ser un problema.

Permanecer en tu terraza viendo cómo la lluvia cae en los cristales exteriores y escuchas el repiqueteo de las gotas, disfrutar de la tranquilidad de esos días fríos pudiendo estar al aire libre. Todo eso es algo que garantizan estos cerramientos exteriores invisibles, lo que los vuelve ideales.

 

Toda la iluminación natural posible

No hay nada como disfrutar de la luz del sol, sin importar la época, el mes ni el momento del año. La mejor forma de encontrarse bien es asegurándose de que se recibe también luz natural a lo largo del día y alejarse tanto de las fuentes de luz artificiales que nos persiguen dentro y fuera del trabajo.

Un cerramiento invisible te permite recibir cuanta luz natural desees, siempre y cuando sea de día. Podrás disfrutar del sol incluso en invierno cuando haga frío, aunque puede que tengas que protegerte un poco en verano cuando las temperaturas suban demasiado.

 

Casa con el diseño moderno

El minimalismo es una de las máximas que define el diseño de interiores moderno. La decoración apuesta por el mínimo a la hora de usar objetos para decorar y de vestir paredes o salas, y dentro de todas las propuestas que marcan las líneas modernas dentro de este campo, los cerramientos invisibles son una de las grandes apuestas.

¿Por qué? Porque aportan visibilidad y luminosidad, algo que da sensación de amplitud y de naturalidad, dos de las cosas que más se persiguen para ofrecer confort en el hogar. Ambas se pueden conseguir gracias a estos cerramientos, lo que suma otro punto más a su favor a la hora de utilizarlos.

Por todas estas razones es por lo que los cerramientos exteriores invisibles están ganando tanta popularidad. Tanto es así, que el número de hogares que cuentan con ellos está creciendo exponencialmente en los últimos años y, viendo lo que ofrecen, no resulta nada extraño.

¿Quieres seguir aprovechando esa magnífica terraza que tienes en casa sin preocuparte por los cambios de tiempo? Ya sabes que existe una solución perfecta, con la que podrás hacerlo y, además, disfrutar de otras muchas ventajas.

La aventura de entrar en Jordania III

Les dije que no volvía, porque no se podía caminar por esa zona. Ellos insistiendo en que volviera. Yo les di la solución; me monto en el Jeep y me llevan ellos a Áqaba. Se miraban entre ellos y no entendían que este viejo maño tuviera los cojoncicos que tenía, pequeños pero prietos.

Ellos seguían en que tenía que volver y yo en que me llevaran. Al final hicieron un gesto para que subiera. No las tenía todas conmigo y pensé que me iban a devolver a la frontera así que decidí que si hacían eso yo haría intención de tirarme del Jeep (sólo intención). Salieron muy despacio y yo pensando ahora dan la vuelta, pasaba un coche y no pudieron darla, luego siguieron hacia Áqaba y yo los imaginaba discutiendo qué hacían. Tomaron la decisión correcta y me llevaron hacia Áqaba.

El Jeep tipo pikup, sin asientos detrás y con barras antivuelcos me obligaba a ir de pie muy ufano mirando por encima a los taxis y autobuses que nos adelantaban. Antes de llegar a Áqaba había un control de pasaportes y me hicieron bajar. Bajé y continué caminando hacia Áqaba. A esas alturas toda Jordania conocía mi postura. Vino un taxista a ofrecerse para llevarme a la estación. Lo ignoré. Me dijo que me llevaba por tres dinares, seguí caminando y sin saber si era bueno o malo el precio le dije orgulloso que no. Se quedó mirándome el hombre pensando que no tenía solución, me giré y por decir algo le dije que por dos dinares. Me dijo que sí. Estaba al tanto de toda mi historia. Sin decirle que iba a Petra me dice que si quería me llevaba a Petra por 35 dinares.

Le contesté que no, que iba a la estación de autobuses. Comenzó a darme argumentos de que no podía por menos de 35, que era Ramadán y cosas así. Le dije que me llevara a la estación de autobuses. Bajó a 30 dinares. Le dije que no. Le ofrecí 25. Por 25 era imposible. Me dijo que ya no había autobuses que él sabía los horarios, que 30 era un buen precio (y realmente lo era), pero ante todo lo que él decía (llego a parar el taxi en medio de la carretera para discutir conmigo) yo sólo le decía que si quería 25 podíamos continuar a Petra. Él me dijo que no continuó con el coche y discutiendo conmigo y hablando por teléfono.

Vuelve a parar y baja del coche y se va hacia atrás a hablar con el conductor de otro taxi. Vuelve y me dice que 25, pero que me iba a llevar el otro taxi. Había localizado a un taxi de Petra que se tenía que regresar de vacío y era el que me llevaba por 25 dinares.

La aventura que podía haber acabado conmigo sólo en el desierto, detenido por el ejército, apaleado por los taxistas, acabó unas tres horas y media después en Wadi Musa, que es la ciudad que está a las puertas de Petra.

Seguramente he sido el primer turista que ha entrado en Jordania en un coche militar y escoltado por dos soldados.

La aventura de entrar en Jordania II

Como se entra a pie, sólo puedes llegar a la población más cercana, que es Áqaba en taxi o autobús. Como salí antes fui a la parada del taxi para negociar el precio y preguntar si era posible ir los cinco en un taxi. Me dicen que el precio es de 50 dinares, pero que no podíamos ir cinco porque si nos cogía la policía nos multaría e íbamos a tener muchos problemas.

Entonces decido esperar a otra gente para compartir el taxi. Al poco se acerca un taxista y me dice que nos puede llevar a los cinco, pero pagando 60 dinares, por 10 dinares desaparecían los problemas con la policía. Cuando llegan los cuatro, me dicen que no nos llevan a los cinco, que cojamos dos taxis. Dejo que ellos vayan en un taxi y me quedo a esperar otro grupo, a los cuatro les dicen que los llevan por 55 dinares. Se van.

Me quedo esperando a ver si viene más gente que vaya a Petra para compartir taxi. Se acerca un taxista y se ofrece a llevarme por 35 dinares. Los otros taxistas se enteran y montan una bronca. Hacen todos piña y me dicen que sólo por 55 dinares.

En la explanada hay un autobús y pregunto que a dónde va. Me dicen que a Áqaba y pienso que es una opción y de Áqaba me voy en otro autobús hasta Petra. Voy a subir y me dicen que no subo, que no me dejan subir. Pregunto que por qué y un tipo gritando me dice porque el autobús es suyo y monta el que el quiere y yo
no voy a subir. Hago intención de subir y me lo impiden.

Se habían puesto de acuerdo con los taxistas para que cogiera un taxi. Vuelvo a la zona de taxis, puesto que es mi única salida. Al poco llegan dos chicos
que iban a ePetra, les pregunto si podemos ir juntos, me dicen que sí, vamos los tres a un taxi y entonces los taxistas me dicen que yo no puedo montar, que el taxi sólo es para los otros dos. Si quiero ir a Petra debo coger un taxi yo sólo.

Viendo que me quedaba atrapado les ofrezco más dinero por el taxi compartido y me dicen que no. Un taxi
para mí solo.

Se van los dos chicos y me quedo a merced de los taxistas. Les miro, miro en dirección a Áqaba que está a unos diez kilómetros y me digo que me voy caminando. Con paso ligero voy abandonando taxis y autobuses, no llevaba ni cien metros cuando comienzo a escuchar voces y gritos de los que dejaba atrás.

Ya no me giré y seguí andando, pensando que aunque era una solución menos mala, era la solución y sobre todo para mi orgullo.

Cuando llevaba unos tres kilómetros caminando se acerca hasta mí un Jeep del ejército. Me dicen que no podía ir andando por esa zona con unas explicaciones de unas cámaras y no sé qué más que no logré entender.

Los taxistas habían llamado a los soldados para que tuviera que pasar por el aro. Les dije a los soldados que iba a Áqaba. Me dijeron que no podía caminar en esa zona, que tenía que volver.

La aventura de entrar en Jordania I

Pasé a Jordania desde la frontera de Eilot, que está al sur junto al mar Rojo. Es la única frontera en la que ponen menos pegas y además es la más cercana a Petra. No se puede pasar en ningún tipo de vehículo, sólo caminando. Llegar al control de aduana de Jordania ya dice mucho del país. Hay diversas puertas y ventanillas numeradas.

Cuando yo pasaba sólo había cuatro personas más. Me dirigen a la puerta diez. Me piden un papel que no tengo. Me envían a la ventanilla ocho. Allí no hay nadie.

Al fondo hay otra persona aparentemente ocupada. Sigo esperando y mirando una y otra vez a ver si la ventanilla es la ocho. Al cabo de un buen rato viene un funcionario, me pide otro papel, le digo que no lo tengo, me envía a la ventanilla cuatro. Allí hay un funcionario hablando por teléfono tumbado de medio lado hablando por teléfono.

Cuando le parece bien me dice que qué quiero, le digo que me envían de la ventanilla ocho, me dice que si tengo visado, le digo que no y me da un papel para que lo rellene y se vuelve a tumbar y a hablar por teléfono.

Lo único que tenía que rellenar era mi nombre y el número de pasaporte, lo hago, se lo entrego, me pone un sello y me envía a la ventanilla ocho. En la ventanilla ocho me dan autorización para poder entrar. Y me digo por fin. Vana ilusión. Los problemas acababan de comenzar. Los otros cuatro que estaban pasando el control tenían toda la documentación que me pedían a mí en las ventanillas, estaban antes que yo y salieron bastante más tarde. Les dije si no les importaría compartir taxi
conmigo, si era posible. Me dijeron que sí.

Israel. 8 de mayo 2019. Conmemoración del Holocausto

Paseando por Tel Aviv a las once de la mañana ha vuelto a sonar la sirena. Todos quietos. Como ya sabía a qué se debía he tenido tiempo para analizar la situación. Parecía una fotografía de todo el mundo.

Parecía que nadie pestañeaba. Quizás haya sido yo el único que se ha movido, con mucho cuidado, para sacar la cámara de fotos. Los conductores fuera de sus coches que habían parado en el lugar donde se encontraban, ya fuera un cruce o una avenida. Entonces me he acordado de la visita que hice hace unos años al campo de concentración de Mathausen, me he vuelto a estremecer con el recuerdo y no he podido reprimir unas lágrimas. De qué somos capaces los humanos, que no aprendemos. Somos capaces de recordar nuestro dolores, pero no de los que estamos infligiendo. Algunos palestinos tendrían algo que decir.

Otros, los muertos, han dejado de decir eternamente. Horrible.

No es una guerra pero se le parece. Parte 2

En el albergue donde estoy hay un cartel que dice que una habitación, la que yo estoy, es el bunker del albergue y que si se escucha una sirena se debe correr dentro y permanecer allí hasta que deje de sonar. Uno se acostumbra a ver el cartel a todas horas, pero es el único sitio donde he visto una cosa así.

Iba por la noche por una zona poco transitada por los peatones, aunque sí por vehículos y a las ocho en punto de la noche, aquí es de noche a esas horas, suena una sirena. Es difícil de describir, es una sirena, o varias, que se escucha en todos los rincones de una población tan grande como Zaragoza. No sabía que hacer.

Delante de mí a unos treinta metros había una chica y me he dicho, lo que haga ella haré yo, si sale corriendo, detrás de ella a donde me lleve. Para mi sorpresa se ha quedado clavada en el sitio como una estatua. Al instante se han parado todos los vehículos y sus ocupantes han salido de ellos y se han puesto quietos en la calzada. He hecho lo mismo sin saber si esa iba a ser la forma que me tenía destinada la Providencia para morir por Israel.

Durante un largo minuto ha sonado la sirena. Luego todo el mundo se ha metido en sus coches y la chica ha continuado caminando. La he alcanzado para preguntarle. Me ha explicado que era en conmemoración del holocausto. El análisis de la situación, aunque posterior, me ha estremecido.

Israel. No es la guerra pero se le parece

He recalado en Tel Aviv, los problemas con los árabes les quedan tan lejos como a los españoles les quedaban los de ETA. Duele, pero es algo lejano.

La sorpresa para un español es ver a muchísimos jóvenes vestidos de militar por las calles. No patrullando, sino yendo de un lugar a otro como si fueran colegiales con el uniforme, en este caso kaki.

Son chavales que tienen sobre los 20 años que en muchos casos llevan una ametralladora casi tan grande como ellos, tanto chicos como chicas. Algunos llevan pegatinas sobre el hierro del arma. Nada que ver con el recuerdo de la mili de los que la hicimos en España.

Los encuentras en el bar tomando una cerveza y con la ametralladora colgando. A cada instante me asalta la duda de si alguno no se volverá loco y comenzará a
disparar a diestro y siniestro. Luego te acostumbras y parece una forma más de paisanaje.

También he visto a un joven que llevaba una pistola en la parte de atrás del pantalón sobresaliendo a la vista de todos. Vamos, todo muy normal.

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