Opiniones

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Santa Cecilia

Hace unos días, el 22/11 concretamente, fue el día de la música, Santa Cecilia, una virgen romana martirizada allá por el final del siglo II. Curiosamente, se le considera patrona de los músicos y cantantes posiblemente por un error de traducción.

Comparto unas líneas de las “Actas de Santa Cecilia” escritas en el año 450 y su traducción al castellano:

Venit díes in quo thálamus collacatus est, et, canéntibus [cantántibus] órganis, il•la [Cecilia virgo] in corde suo soli Domino decantábat .......

Vino el día en que el matrimonio se celebró, y, mientras sonaban los instrumentos musicales, ella (la virgen Cecilia) en su corazón a su único Señor cantaba .......

En realidad los códices más antiguos no dicen canentibus organis (canentibus como sinónimo de cantantibus), sino candentibus organis, Caecilia virgo. Los «órganos» no serían «instrumentos musicales», sino «instrumentos incandescentes» (instrumentos de tortura), y la antífona describiría que Cecilia, «entre las herramientas candentes, cantaba a su único Señor en su corazón».

Vamos, que los músicos tenemos como patrona a una señora que probablemente no sabía tocar ningún instrumento, y que a lo mejor su voz era tan melodiosa como los maullidos de un gato en Febrero. ¿A ver si la causa de la mala situación del panorama musical es que los músicos llevamos siglos encomendándonos a una santa posiblemente “arrítmica” y con menos oído que un muro de hormigón?.

Con el cariño que le tenemos......

Bromas aparte, la música (y el resto de disciplinas artísticas) es un gremio que ha sufrido profundamente las consecuencias de la actual crisis del Covid, y va a necesitar del apoyo de instituciones, público y hasta de Santa Cecilia para salir del pozo. Lamentablemente, para algunos ya será tarde, pero hay que ayudar a los supervivientes del naufragio.

Se puede vivir sin música, pero es muy aburrido y perjudicial para la salud, sobre todo la mental.

Delitos y víctimas

De Concepción Arenal, poeta, ensayista y precursora del movimiento feminista, que vivió en el siglo XIX, es la máxima: “Odia el delito y compadece al delincuente”, que se ha convertido en divisa entre ciertos sectores ideológicos para quienes el ser humano nace bueno y es la sociedad la que lo pervierte y lo convierte en malhechor. Esta idea podría resultar aceptable en la época decimonónica y en muchos casos de la actualidad. He impartido clases en centros penitenciarios y he asistido a sesiones terapéuticas donde los internos exponían sus vidas y algunos testimonios eran, verdaderamente, estremecedores.

Cualquier persona, en circunstancias semejantes, respondería igual o peor.

Sin embargo, no todos los infractores de la ley son así. Existen también auténticos psicópatas asesinos, violadores y pederastas que no han sido maleados por la sociedad sino que padecen un trastorno mental incurable y seguirán cometiendo sus crímenes a la menor ocasión que se les presente como ocurre frecuentemente; el último caso, el asesinato del niño de Lardero. En las prisiones, a los agresores sexuales se les ofrecen programas para aprender a controlar su irracionalidad. Programas que son voluntarios. Este tipo de reclusos no están obligados a seguirlos. Un pederasta o violador, mientras están encerrados, sin contacto con niños o mujeres –salvo las funcionarias-, pueden mostrar un comportamiento irreprochable.

Otra cosa es cuando se ven libres y a sus anchas para atacar a sus presas.

Pero la frase de Concepción Arenal continúa: “…si está arrepentido, ámale y protégele”. No siempre los delincuentes se arrepienten de sus actos y no quieren o están imposibilitados patológicamente para reinsertarse. Son seres humanos, como dice alguna periodista, pero no pueden estar en contacto con la sociedad si se quieren evitar sucesos tan luctuosos como el citado y que se repiten con demasiada frecuencia.

Por otro lado, Concepción Arenal y esos sectores ideológicos calados de un excesivo buenismo y contrarios a la pena de prisión permanente revisable e, incluso, a la existencia misma de las cárceles, se olvidan de la parte más débil en todo delito, la víctima que, igualmente, es un ser humano. Los derechos y la dignidad de esta deben prevalecer sobre los del criminal. De todas formas, en España, somos muy crueles y nos olvidamos enseguida de la parte infortunada. Ya lo dice el refrán: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”.

El brujerío

Cada vez que se quiere descalificar a una mujer (o varias), se emplean las mismas tácticas: la llaman, mala, bruja y puta, y no siempre en ese orden.

El no ser sumisa y entregada a las labores propias de su sexo y condición ha sido desde siempre un problema para las mujeres con respecto a los y las (que haberlas, desgraciadamente, haylas) machistas y misóginos que quieren poner en el lugar que corresponde a estas rebeldes.

Desde el no me gusta que a los toros vayas con la minifalda (un novio o marido controlador), al cállate que tu no entiendes de eso (un enterao, compañero de trabajo, amigo o pareja), o el vete a fregar (típico en un altercado de tráfico), o el esta es ligera de cascos (refiriéndose a una mujer libre y liberada) y para acabar, y desgraciadamente bastante habitual, la maté porque era mía…, intentan descalificar todo intento de emponderamiento. Esto es, ser libres para decidir qué hacer, con quien, cómo y cuándo en todos los ámbitos de nuestra vida.

Así, que cuando ven a un grupo de mujeres emponderadas, libres y triunfadoras en lo suyo, el llamarlas brujas, feas y otras lindezas no es más que el signo que de que ladran, luego cabalgamos…

Dicen que a cada persona, el karma, el destino o dios, llámenlo como quieran, reparte algo. A muchas mujeres nos han repartido palos y muchas hemos hecho con ellos una escoba y nos hemos puesto a volar…

Nota aclaratoria.

EMPONDERAMIENTO: Adquisición de poder e independencia por parte de un grupo social desfavorecido para mejorar su situación.

Cuando salíamos en la procesión de los tambores

Cuando salíamos en la procesión de los tambores dábamos la vuelta a la Ciudad, seguramente pasábamos por calles que en todo el año visitábamos. Veíamos los nuevos comercios y los que habían cerrado. Las calles y el estado en el que se encontraban.

Cuando los móviles no existían y el tiempo tenía valor, recuerdo que los días de lluvia y al atardecer paseaba por esas calles, casi siempre solitarias, pero con todo el sabor.

Ahora, desgraciadamente, el paseo es desolador, terrenos vacíos porque las casas se han caído o tirado y no se ven perspectivas de cambio.

Las grandes obras, nuevo vial, escalera de Ronde de Belchite a pl del Dean, carretera de la rotonda de la ctra de Calanda al polígono Fomenta, no deben suplir la consolidación e intento de recuperación del casco antiguo de la Ciudad.

Perder los recuerdos o la historia debería estar penado por Ley.

Una pena.

Encajar

Los síntomas, indicios, signos externos, resultados de análisis de partes internas. Todo ello conforma una multiplicidad de factores. Y tratar de reducirlo a un diagnóstico, con una sola palabra, o una breve descripción, entraña una cantidad de errores, que pueden desembocar en daños irreparables, cuando no, fatales. Por ejemplo diagnosticar esquizofrenia, psicosis, neurosis, pasividad agresiva, etc., supone resumir algunas características detectadas (o percibidas, incluso subjetivamente), atribuir, e ignorar otros factores, a veces por haraganería, pereza, intereses espurios creados, u otras desviaciones de la identificación inequívoca y la intervención imparcial, objetiva, en razón de la materia, y no de intereses creados, influencias y proyección de futuro próspero, encadenado a la lealtad por encubrimientos mutuos. Esta concatenación de ocurrencias, hace que leyes en favor de robar, incluido la vida, como la de la eutanasia, el aborto, el divorcio contencioso, den cabida, junto a cuidados paliativos, decidir libremente sobre el propio cuerpo, y otras, encomiables, por lo que tienen de no robar ni agredir a nadie (y divorciarse restringiendo la relación paterno filial, o abortar por gusto, suponen robar, incluido la vida) aquellas otras que suponen, en efecto, argucias de matasanos, y crímenes ejecutados por colocados en juzgados. "Aquí tienen la documentación que prueba que la finada solicitó la eutanasia" Y era toda falsificada. "Y el testimonio de sus deudos".

Todas codiciosas embaucadas. Y a ver si eran deudos o impostoras. Ay señor, llévales pronto, a los legisladores de la eutanasia.

Volver a la emoción

Durante este verano recuperé mi afición por disfrutar la música en directo. Y es que justo antes de que empezara el confinamiento había vuelto a practicar esta buena y sana costumbre de asistir a conciertos y festivales. No ocultaré que estaba siendo un gustazo porque llevaba mucho tiempo alejada de aquello dado que me hallaba ocupada ejerciendo la ingente tarea de ser madre.

Pero llegó la pandemia y lo paró todo, dejando al mundo de la música y a la cultura en general tocados de muerte. Fueron meses largos de confinamientos y restricciones donde era impensable organizar nada. Tras aquella larga pausa y con mucha precaución y medidas sanitarias, los espectáculos, museos, teatros y salas de conciertos fueron volviendo muy despacio a la vida y retomando su actividad. La verdad es que la situación en cualquiera de aquellos eventos era un tanto extraña: el público debía permanecer siempre acomodado en su butaca, no se podía bailar, se tenía que respetar la consabida distancia, nunca bajarse la mascarilla, pero lo más importante era que los artistas podían empezar a trabajar. Al principio las anulaciones de eventos eran el pan de cada día habitualmente motivadas por el resultado del empeoramiento de los datos de contagios de COVID, pero poco a poco se fue viendo la luz al final del túnel. Los datos económicos del sector eran agonizantes. Se creó incluso una campaña de apoyo a nivel nacional a la cultura segura.

Fue justo en marzo de este año cuando mi grupo favorito, Love of Lesbian se convirtió en el protagonista de un concierto piloto en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Se trataba de un simulacro de concierto tradicional, sin distancias y bailando, sólo con mascarilla y al que se debía asistir con un test de antígenos negativo realizado en las horas previas. Los asistentes se sometieron a un estudio científico para determinar las consecuencias de organizar eventos de tal magnitud en la salud de los asistentes. El resultado fue satisfactorio y aquel fue el primer paso para que poco a poco y a medida que el porcentaje de población vacunada era más grande, pudiera replicarse el modelo en más ciudades y eventos. Así es como pudieron arrancar algunos festivales de música, anulados y retrasados, por culpa del virus del COVID.

Y es que en aquel momento tan complicado la cultura necesitaba del público pero sobre todo necesitaba de la responsabilidad del mismo. Era esencial comportarse y cumplir las normas en los eventos culturales. Recuerdo al cantante de la banda Izal dando las gracias sin parar al público por cumplir las normas durante el primer concierto post-pandemia en directo al que asistí este verano. Aquel día reconozco que volví a emocionarme por estar allí. Se me erizó la piel al sentir los acordes justo delante de mí. Vibré con la magia que solo la música en directo da. Me emocioné también con Mikel Izal que con la voz entrecortada se mostraba tremendamente agradecido. Y aquella fue la primera emoción de una larga lista de emociones que iba a vivir el resto del verano en los siguientes conciertos a los que pude asistir. Había sed de música. El sumum fue a finales de octubre cuando pude ir al Festival SanSan en Benicassim y vivirlo como hacíamos antes. De pie y bailando con miles de personas más. Pura magia. Pura vida.

Así que estoy más que segura que de todo esto es esencial sacar una lección positiva, creo que el momento que vivimos nos ha enseñado la importancia de volver a emocionarnos, de volver a sentir y valorar cosas que antes del fatídico 2020 dábamos por hechas. Y el disfrutar de la cultura es sin duda una de ellas. Sólo espero que esta sensación no la perdamos, que la valoremos en su justa medida, por si las cosas vuelven a empeorar.

100 kilómetros y un patatar

Hoy voy a hablar de salud, pero no del Covid, que el tema es otro.

Mi Hospital de referencia es el Royo Villanova, y muchos bajoaragoneses, dado que el nuevo hospital de Alcañiz aún está en pañales, y hay una falta endémica de especialistas, han de venir a este a muchas pruebas, intervenciones, consulta, etc.

Cada cierto tiempo voy a San Gregorio a Consulta, y si bien yo suelo ir en transporte público, alguna vez toca subir en coche.

El trabajo de aparcar es arduo, dentro del recinto no hay plazas nunca, a no ser que haya una conjunción de astros en el espacio sideral y se vaya una persona justo cuando pasas con tu vehículo. Lo habitual es aparcar en el descampado que hay enfrente. Faena de riesgo extremo si nuestro coche no tiene el chasis muy alto, tipo todoterreno, porque los baches, socavones y demás hacen peligrar desde el cárter hasta las ruedas.

Hoy me he enterado que el terreno está cedido por el Ayuntamiento de Zaragoza a la DGA, pero ni uno ni otro arreglan aquello. Cada vez que llueve las piscinas que se hacen podrían albergar ballenas azules, cachalotes y algún tiburón blanco.

De verdad que los usuarios de este hospital no nos merecemos esto. Desde muchos pueblos del bajo Aragón (y la margen izquierda del Ebro en Zaragoza) hemos de ir a él. Tanto a visitar y atender a nuestros enfermos como a las diferentes consultas que hay en el centro. Que lo arreglen de una vez. No creo que el gasto sea excesivo.

A los bajoaragoneses les incumbe especialmente mientras no se solucione el problema del nuevo hospital y los médicos especialistas que hacen falta. Hasta entonces no quedará otra que hacerte más de100 km. para que te atienda el médico, y como pagamos los mismos impuestos seamos de donde seamos, merecemos el mismo trato y la misma atención. Y desde luego no es de recibo que después del paseito, encima tengas que aparcar en un patatar.

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